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23/12/2024 Lunes 4º de Adviento (Lc 1, 57-66)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 22 dic 2024
  • 2 Min. de lectura

Cuando a Isabel se le cumplió el tiempo del parto, dio a luz un hijo.

Todo el evento del nacimiento de Juan Bautista está rodeado por un alegre sentido de asombro, de sorpresa, de gratitud. La gente fue invadida por un santo temor a Dios y en toda la montaña se comentaban todas estas cosas (Papa Francisco).

Se preguntaban: ¿Qué va a ser de este niño? Las personas sin inquietudes no se hacen preguntas. Son como los invitados que prefirieron continuar con sus quehaceres antes que romper su rutina diaria para acudir a la boda. El prelado de Madrid, José Cobo, escribe: La Navidad precisa de soñadores y de vigías de lo humano que sepan preparar sus ojos para otear cuanto sucede, para hacerse preguntas y dejar que Dios vaya respondiendo.

Todos se extrañan cuando Zacarías, rompiendo con una tradición bien consolidada, escribe en una tablilla: Juan es su nombre. Se extrañan porque el nuevo nombre era ajeno a la familia de Zacarías, y no es sencillo distanciarse de un pasado bueno y de una bienintencionada presión social. El bueno de Zacarías, para integrarse en la nueva realidad mesiánica, tiene que romper con santas tradiciones y costumbres. Tiene que, como dijo Jesús a Nicodemo, nacer de nuevo; tiene que, como dijo Jesús a Natanael, aspirar a cosas mayores. El nombre de Juan significa: Dios da gratis. La gente se extraña también porque la gratuidad, ayer como hoy, es difícil de asimilar.

Y al punto se abrió su boca y su lengua, y Zacarías hablaba bendiciendo a Dios.

Con el nacimiento de Juan Bautista comienza a despuntar la aurora del nuevo día. El Dios de la misericordia y de la gratuidad irrumpe en la vida de los hombres desterrando al dios del talión.

 
 
 

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