24/01/2022 San Francisco de Sales (Mc 3, 22-30)
- Angel Santesteban
- 23 ene 2022
- 2 Min. de lectura
El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tiene perdón jamás, antes es reo de un delito eterno.
Es una frase muy fuerte ¿Cómo compaginar la exclusión del perdón con la misericordia ilimitada de Dios? Esa misericordia que siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona (Papa Francisco).
Jesús está enfrentado a los líderes religiosos que dicen: Lleva dentro a Belcebú y expulsa los demonios con el poder del jefe de los demonios. La blasfemia contra el Espíritu Santo es pecado típico de personas de mucha religión. Consiste en el rechazo rotundo de la luz. Así es cómo llegan a matar creyendo hacer un servicio a Dios. La blasfemia contra el Espíritu Santo consiste también en el intento por seguir al Señor, como decía el cura de Ars, sin perder la cabeza, cerrándonos a la acción siempre novedosa de Dios ¿Quizá rodeándonos de devocionalismos barrocos? ¿Quizá instalándonos en una vida cómoda carente de compromiso? El cristianismo, sin locura, se reduce a moralismo, a formas de piedad, a compromiso social integrado en la cultura dominante.
Pablo denuncia la presencia de la blasfemia contra el Espíritu Santo entre los Gálatas: Me maravillo de que tan pronto hayáis abandonado al que os llamó por la gracia de Cristo, para pasaros a otro evangelio (Gal 1, 6).
De todos modos, si el Señor se pone a ello es capaz de transformar el rechazo en acogida, y la tibieza en fervor. Porque para Dios todo es posible (Mt 19, 26). A veces recurre a la violencia, a veces a la seducción. Recurrió a la violencia con Pablo en el camino de Damasco. Recurrió a la seducción con la Samaritana junto al pozo de Jacob.
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