Subió al monte y llamó a los que Él quiso, y vinieron junto a Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él.
Es la tarea más importante de los Doce: la de estar con Él, la de ser compañeros de camino. Hubo otros, discípulos y discípulas que aquí no aparecen, que sin pertenecer al grupo de los Doce, se mantuvieron también cerca de Él. Lo vemos, por ejemplo, cuando se trató de buscar el sustituto de Judas: Pedro dijo ante unos ciento veinte hermanos: Es preciso que uno de los hombres que anduvieron con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús convivió con nosotros…, uno de ellos tiene que ser con nosotros testigo de su resurrección (Hechos 1, 21-22).
A juzgar por los resultados, la elección de Jesús no fue tan acertada; Pedro le traiciona, Judas le entrega, Tomás duda, los Zebedeos, alentados por su madre, abrigan ambiciones de poder…Pero es que estamos ante el misterio de Dios que nos dice que, mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos (Is 55, 8). Es a ellos, y a todos los que hemos sido elegidos al recibir el don de la fe, a quienes Jesús confía continuar su misma misión: la de predicar, curar y expulsar demonios.
Llamó a los que Él quiso. Y sigue llamando; sigue privilegiando con el don de la fe, a los que Él quiere. Nadie puede presumir de haberlo merecido. Es algo perfectamente gratuito. Pero la elección de cada uno, cosa personal e íntima entre Jesús y el elegido, es al mismo tiempo cosa eclesial. Y por muy pobre y decepcionante que sea la institución eclesial, el seguimiento de Jesús o es eclesial o no lo es.
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