En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria.
Lo dice apenado, en la sinagoga de su pueblo, ante sus viejos compañeros de juegos infantiles. El encuentro había comenzado bien: Todos lo aprobaban y estaban admirados por aquellas palabras de gracia que salían de su boca. Claro que el ánimo de sus paisanos cambia rápido, y la admiración deja paso al recelo y la incredulidad: Pero, ¿no es éste el hijo de José? Es la primera gran prueba de Jesús; rechazado por los suyos.
Es que en ese momento, en la sinagoga de Nazaret, se están enfrentando dos maneras de entender a Dios. La de quienes esperan un Dios grandioso y milagrero, y la de quien se presenta como Dios humilde y paciente. Los mismos discípulos se sentirán decepcionados ante un mesías que se niega a empuñar la espada. Llegará el momento en que, cuando le vean resucitado, le aceptarán crucificado. Entonces entenderán y aceptarán que el fracaso y el rechazo son compañeros permanentes de camino: el discípulo no está por encima del maestro (Mt 10, 24).
En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria.
Sucede a veces vernos más valorados por los de lejos que por los de cerca. Y, desde luego, nos duele mucho más la falta de reconocimiento de los nuestros que la de los extraños. ¿Será por eso que a veces nos mostramos más afables con los de fuera que con los de casa?
De todos modos, quienes seguimos a Jesús debemos tenerlo claro en todo momento: la contradicción y el fracaso son compañeros de camino, o el camino que hacemos no es el de Jesús: ¡Ay de vosotros cuando todos hablen bien de vosotros! (Lc 6, 26).
Comments