Celebramos muy oportunamente a María como Madre de la Iglesia en este día que sigue a la fiesta del nacimiento de la Iglesia en Pentecostés. Allí estaba ella arropando a los discípulos, cumpliendo la misión que su Hijo le encomendó desde la cruz.
Junto a la cruz de Jesús estaba su madre… Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo.
Estaba. Solamente hace eso: estar. Es el estar de una madre. Está con toda su alma. A veces podemos dedicarnos a hacer cosas para no estar, para escapar. Decía una mística del siglo pasado: Señor, si es verdad que Tú estás en todas partes, ¿por qué será que yo siempre estoy en otro lugar?
Estaba. Contemplamos a María, de pie junto a su Hijo Crucificado. Contemplamos a la Madre que sufre, a la mujer que cree y que confía en Dios incluso en esta situación tan penosa.
Después dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre.
Contemplamos a la Madre y aprendemos a estar; sin hacer otra cosa. En el amor, primero se está.
En María, Madre de la Iglesia, podemos entender la dimensión femenina de la Iglesia. Cuando ella no está, la Iglesia pierde la verdadera identidad; se convierte en una asociación de beneficencia o en cualquier otra cosa, pero no Iglesia. La Iglesia es mujer, y cuando nosotros pensamos en el rol de la mujer en la Iglesia debemos remontarnos hasta esta fuente: María, Madre. La Iglesia es mujer porque es madre, capaz de dar a luz hijos. Su alma es femenina porque es madre, capaz de dar a luz actitudes de fecundidad (Papa Francisco).
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