No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno.
No pide que el Padre nos libere de las dificultades y penas compañeras inseparables de la vida; pide que nos mantenga firmemente anclados a quien nos da fortaleza para superarlo todo. Así es cómo en todas circunstancias vencemos de sobra gracias al que nos amó (Rm 8, 37). Ni somos del mundo, ni podemos dejarnos guiar por los criterios del mundo. Pero, como Él, somos para el mundo. Porque Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 4).
Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad.
Quizá mejor con mayúsculas: tu Palabra es Verdad. Mejor así. Porque Jesús es la Palabra y Jesús es la Verdad. Pilato pareció interesarse por la verdad: ¿Qué es la verdad? (Jn 18, 38). Evidentemente la verdad con minúscula, porque Pilato cosifica la verdad. Para él la verdad no es un quién, sino un qué. Pilato no se detuvo a escuchar la respuesta; no le interesaba. De haberse detenido y mirado a Jesús, habría encontrado la respuesta en los ojos de Jesús.
El secreto de la Verdad está en la Palabra: Tu Palabra es Verdad. El punto de referencia del seguidor de Jesús es la Palabra de Dios. No que éste sea el único medio para llegar al conocimiento de la Verdad, pero es el medio fundamental.
Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo.
Jesús es la Palabra, la Verdad, la revelación suprema del Dios-Amor. Ese es el testimonio que los cristianos debemos ofrecer al mundo. Ese el Evangelio que debemos proclamar a toda la creación.
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