Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz y tuvo un hijo.
Tres meses después de la Anunciación y seis meses antes de Navidad, celebramos el nacimiento de Juan; el único de los santos cuyo nacimiento festejamos. Si Jesús es la Luz de lo alto, Juan es la aurora que lo anuncia. El nacimiento de Juan es motivo de alegría para la vecindad; el de Jesús para todo el mundo.
Jesús dirá que hasta Juan todos los profetas y la ley eran profecía (Mt 11. 13). En Juan acaba lo antiguo y comienza lo nuevo. Nacido de padres ancianos, personifica lo antiguo; al saltar de gozo en el seno de su madre ante la visita de María personifica lo nuevo. Ejerce de precursor antes de saberlo.
Zacarías pidió una tablilla y escribió: Juan es su nombre. Y todos quedaron admirados. Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios.
San Agustín escribe: El hecho de que en el nacimiento de Juan se abre la boca de Zacarías tiene el mismo significado que el rasgarse el velo del templo al morir Cristo en la cruz. Si se desata su lengua es porque ha nacido aquel que es la voz. Juan era la voz, pero el Señor era la Palabra que en el principio ya existía.
El Papa Francisco comenta: Juan es su nombre. Juan, don gratuito e inesperado, porque Juan significa Dios ha hecho la gracia. El nacimiento de Juan está rodeado por un alegre sentido de asombro, de sorpresa, de gratitud. ¿Cómo es mi fe? ¿Es una fe alegre o una fe siempre igual, una fe plana? ¿Tengo sentido del asombro cuando veo las obras del Señor?
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