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24/07/2021 Sábado 16 (Mt 13, 24-30)

El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró cizaña entre el trigo y se fue.

Vino su enemigo. No se trata necesariamente de un agente exterior. Porque, nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle. Lo que sale del hombre es lo que lo contamina (Mc 7, 15). Siempre vamos a tener la cizaña como compañera de viaje. La llevamos dentro. Se puede identificar con nuestro ego. Así que tenemos que ir aprendiendo a convivir con la cizaña. Como Pablo: Me han clavado en las carnes un aguijón… Rogué tres veces al Señor que lo apartara de mí. Y me contestó: ¡te basta mi gracia!; la fuerza se realiza en la debilidad (2 Cor 12, 7-9).

Cuando vivimos de esta manera la realidad de la cizaña, no hacemos de la vida y del mundo una película de malos y buenos, como lo hacían los fariseos del tiempo de Jesús. Como lo siguen haciendo los del gatillo fácil: los del gatillo del juicio condenatorio o de la palabra hiriente. Jesús no sabe de intolerancias o fanatismos. Tampoco va con Él una Iglesia de puros, libre de gente impura.

Dejad que ambos crezcan hasta la siega.

Los criados se impacientan; quieren dejar el campo limpio de cizaña. El amo se muestra muy tranquilo. Ante estas dos actitudes, me pregunto cuál es la cizaña del campo de mi vida que más me desasosiega y de la que tanto me encantaría verme libre. Me lo pregunto, teniendo en mente que toda cizaña, todo problema, toda servidumbre, todo pecado, puede y debe convertirse en gracia y en gloria.

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