24/08/2025 Domingo 21 (Lc 13, 22-30)
- Angel Santesteban
- 23 ago
- 2 Min. de lectura
Uno le preguntó: Señor, ¿son pocos los que se salvan?
Es la pregunta de un hombre piadoso y recto; preocupado también. Porque se sabe pecador, no tiene claro si conseguirá salvarse gracias a sus rezos, ayunos y limosnas. Hace suya la queja de quienes, a pesar de sus buenas obras, se sienten rechazados: Contigo comimos y bebimos, en nuestras calles enseñaste. Pero le parece escuchar: Os digo que no sé de dónde sois. Apartaos de mí, malhechores. Es un hombre que busca seguridades.
Por eso que a lo largo de los siglos nos hayamos empeñado en la búsqueda de recetas milagrosas que nos aseguren la salvación. Jesús no comulga con esas recetas. La suya es: Convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1, 15). Y sabemos bien en qué consiste eso de convertirse. Consiste en creer en el Evangelio, en la Buena Noticia, la mejor de las noticias: Jesús de Nazaret y la gratuidad de su salvación. Él es la Puerta (Jn 10, 7): Yo soy la puerta y quien entra por mí se salvará (Jn 10, 9).
La respuesta de Jesús debió dejar desconcertado a aquel hombre: Esforzaos por entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán y no podrán. Aquel hombre, que no dejaba de intentarlo, no se daba cuenta de que había equivocado la puerta. Los hombres pensamos que las buenas obras nos hacen merecedores de salvación. Jesús, en total desacuerdo, nos asegura que publicanos y prostitutas llegan antes que vosotros al Reino de Dios (Mt 21, 31).
Escuchemos el consejo de alguien que pasó por la puerta estrecha: Miremos los acontecimientos de la vida como modelados por un alfarero que moldea su arcilla y que sólo nos pide que nos abandonemos a Él con una confiada obediencia. Podemos contemplar la propia historia no como una ciega e impersonal secuencia de acontecimientos sobre los que no tenemos control, sino como una mano que nos guía hacia un encuentro personal en el que todas nuestras esperanzas se verán realizadas. (H. Nouwen).
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