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24/09/2021 Viernes 25 (Lc 9, 18-22)

Estando una vez orando a solas, en compañía de los discípulos…

Lo habitual era que Jesús rezase solo: Se retiraba a lugares solitarios, donde oraba (Lc 5, 16). Pero a veces, como hoy, ora en compañía de los discípulos. La contemplación de la escena, junto con el diálogo que se entabla, nos reafirma en el hecho de que la oración cristiana debe girar en torno a Jesús. De no ser así, lo que consideramos oración, no será otra cosa que reflexión o meditación o ensimismamiento.

Les preguntó: Vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Es la pregunta que me hace Jesús, no una vez, sino muchas veces a lo largo de la vida. No me vale con responder a base de fórmulas acuñadas por siglos de cristianismo. Las fórmulas dogmáticas pueden darme una seguridad que no es tal, al favorecer una relación impersonal o inexistente con Él. El día que yo no sepa dar a la pregunta de Jesús una respuesta personal y contundente, habré perdido mi identidad y viviré hundido en la mediocridad de la rutina. ¿Hasta qué punto me siento movido a celebrar y disfrutar el gran regalo del Hijo de Dios hecho hombre?

Por eso debo hacerme adicto a los Evangelios. Ahí encuentro al Jesús más vivo y palpitante. Desde ahí, todo otro encuentro con Él (interioridad, prójimos, Eucaristía) adquirirá su más cumplido significado.

Es necesario madurar una fe personal en Cristo. Es decisivo para nuestra identidad y nuestra misión. Solo si reconocemos a Jesús en su verdad, seremos capaces de mirar la verdad de nuestra condición humana. Nuestra alegría también es ir a contracorriente e ir más allá de la opinión corriente que, como entonces, no logra ver en Jesús más que un profeta o un maestro (Papa Francisco).

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