24/09/2025 Miércoles 25 (Lc 9, 1-6)
- Angel Santesteban

- 23 sept
- 2 Min. de lectura
Convocó a los Doce, y les confirió poder y autoridad sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades. Y los envió a proclamar el Reino de Dios y a sanar.
Jesús no es un perfeccionista. No vemos que exija a sus discípulos unas pautas de vida por encima de sus posibilidades. Sí le vemos asumir sus carencias y defectos con naturalidad. Hoy nos desconcierta viendo cómo les manda a una misión para la que no están preparados. El Evangelista nos dirá pronto que ellos no entendían lo que les decía, y también que se suscitó entre ellos una discusión sobre quién de ellos sería el mayor (Lc 9, 45-46).
Jesús no es perfeccionista porque confía en el Padre. Por eso manda a sus discípulos sin apoyos materiales: No toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni plata. Como dice el Papa Juan Pablo II, la fe siempre debe ser presentada como un don de Dios para vivirlo en comunidad y para irradiarlo fuera. Pedro aprendió bien esta lección y escribirá: Confiadle todas vuestras preocupaciones, pues Él cuida de vosotros (1 P 5, 7). Los discípulos no nos apoyaremos en la autoridad o en los bienes. No se puede proclamar el Evangelio de la pobreza desde la riqueza.
Proclamar y sanar. Son inseparables porque el Evangelio es fuente de bienestar y de salud. La fe verdadera libera, mientras que la fe no verdadera esclaviza. Claro que para la misión se requiere la mejor preparación pero, a la hora de la verdad, los mejores enviados pueden encontrarse con el fracaso más estrepitoso, y los más torpes con el mayor de los éxitos. Los frutos de la misión son cosa del Espíritu.
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