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24/12/2020 Jueves 4º de Adviento (Lc 1, 67-79)

Zacarías, su padre, quedo lleno de Espíritu Santo y profetizó diciendo:

Tres meses antes fue su mujer, Isabel, quien experimentó la efusión del Espíritu. Zacarías llevaba nueve meses mudo por no creer lo que el ángel le había dicho. Nada se da cuando no se tiene; nada se transmite cuando falta fe.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, y nos ha suscitado una fuerza salvadora.

El largo silencio de Zacarías se transforma en un vehemente cántico de alabanza y agradecimiento fruto de la efusión del Espíritu: Jesús, sol que nace de lo alto; Jesús, fuerza salvadora; Jesús, salvación que nos libra de todos nuestros enemigos; Jesús, luz en las tinieblas y en las sombras de la muerte; Jesús, guía de nuestros pasos en el camino de la paz… Jesús, misericordia entrañable de Dios, que se hace carne, mundo, historia, para ser misericordia en acción (Papa Francisco).

Con su hijo en brazos, el Espíritu le abre a Zacarías la luminosa ventana de los nuevos y revolucionarios tiempos. Zacarías entiende que se cumplen sobradamente las promesas del pasado y los sueños más ambiciosos de los hombres.

Quienes oramos la Liturgia de las Horas hacemos nuestro este cántico de Zacarías cada mañana. Será difícil encontrar un desayuno espiritual más estimulante que éste. Zacarías nos ayuda a comenzar el nuevo día con talante firme y enérgico: Fortalecidos con toda la fuerza según el poder de su gloria, para ser constantes y pacientes en todo; dando con alegría gracias al Padre que os hizo capaces de participar en la herencia de los santos en la luz (Col 1, 11-12).

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