Su padre Zacarías, lleno de Espíritu Santo, profetizó: Bendito el Señor, Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo.
El Benedictus brota del corazón de Zacarías después del nacimiento de Juan; el Magnificat de María, antes del nacimiento de Jesús. Ambos se hacen eco de los cánticos del Antiguo Testamento. La alabanza y la gratitud de Zacarías se centran en el nacimiento del Mesías, más que en el de su propio hijo. Las promesas no solamente se cumplen, sino que superan todas las expectativas. El cántico de Zacarías es un magnífico pregón de Navidad. Lo asociamos al del ángel de Belén: No temáis, pues os anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo.
Como había prometido desde antiguo…, que nos salvaría de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian.
Los enemigos de los que somos salvados son, para Zacarías, de dos clases: los exteriores del pueblo de Israel, y los interiores agazapados en todo corazón humano. Todos son vencidos por la visita del Sol que nace de lo alto. Como dice san Pablo, en todo vencemos de sobra gracias al que nos amó (Rm 8, 37). No es de recibo pretender liberar a otros sin intentar antes la liberación personal.
El Benedictus y el Magnificat, Zacarías y María, están plenamente de acuerdo en lo de la entrañable misericordia de nuestro Dios que hace que nos visite el Sol que nace de lo alto. En esta víspera de Navidad, pedimos al Señor que nos lleve también a nosotros, como a Zacarías, desde la apatía y la rutina hasta el entusiasmo al comprender que todo es gracia y que la fuerza de salvación que es Jesús es irresistible.
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