Al salir vio a un recaudador, llamado Leví, sentado junto a la mesa de recaudación de los impuestos. Le dijo: Sígueme. Dejándolo todo, se levantó y le siguió.
Parecería que Jesús no tenía pensado llamar a Leví; que el encuentro fue una casualidad. Pero, no; nada es fruto de la casualidad. Tampoco es que Dios lo planifique todo de antemano. El ayer, el hoy y el mañana, son siempre ahora para Dios.
Aquel contacto de los ojos de Jesús con los de Leví fue tan breve como intenso; significó un vuelco total en la vida de Leví.
Había un gran número de recaudadores y otras personas sentados a la mesa con ellos… ¿Cómo es que coméis y bebéis con recaudadores y pecadores?
Los formales y piadosos se escandalizan. Llegarán a apuntar con el dedo a Jesús y decir: Mirad qué comilón y bebedor, amigo de recaudadores y pecadores (Lc 7, 34). Jesús no se inmuta. Se encuentra perfectamente cómodo compartiendo mesa con las personas menos recomendables. Pone en práctica lo que tantas veces repite: He venido para buscar lo que estaba perdido y salvarlo (Lc 19, 10). Ilustra lo tan hermosamente expuesto en las parábolas de la misericordia.
No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan.
Nos enseñaron a mirar a las personas con ojos de moralistas. Nos enseñaron a orar por los pecadores, por los malos; nosotros, claro está, quedábamos fuera de esa categoría. Son enseñanzas ajenas al Espíritu de Jesús, que no habla de delincuentes, sino de enfermos: No necesitan médico los que gozan de buena salud, sino los enfermos.
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