Seis dÃas después, toma Jesús consigo a Padre, Santiago y Juan, y los lleva a ellos solos a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos.
Seis dÃas después de haber anunciado su muerte a manos de las autoridades religiosas de Jerusalén. Seis dÃas después de que Pedro, tras intentar poner en Jesús un poco de sentido común, escuche las terribles palabras: ¡QuÃtate de mi vista, Satanás! Seis dÃas después de todo esto, Jesús se transfigura ante Pedro y dos de sus compañeros. Años después, a la luz de la resurrección, Pedro recordará el momento: Nosotros mismos escuchamos esta voz, venida del cielo, estando con Él en el monte santo (2 P 1, 18). Como dice el Papa Benedicto, la resurrección da entrada al espacio nuevo que abre la historia más allá de sà misma y crea lo definitivo.
Se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: Este es mi Hijo amado, escuchadle.
Es un instante tan breve como deslumbrante. El Jesús-Dios está en el Jesús-Hombre y resplandece en su rostro; Moisés y ElÃas son sus acólitos. Y se oye la voz venida del cielo: Escuchadle. Escuchadle solo a Él. Olvidaos de Moisés, de ElÃas y de toda la sabidurÃa del mundo. Para ser verdadero creyente no es suficiente pertenecer a una institución y ser fieles a unas prácticas de piedad. Para ser verdadero creyente es necesario vivir escuchando a Jesús. Somos verdaderos creyentes cuando, poniendo el Evangelio en el corazón de la oración, hacemos del Evangelio el centro de nuestra vida. De no ser asÃ, seremos creyentes de más o menos; de mayor o menor incredulidad.
También nosotros estamos llamados a subir al monte, a contemplar la belleza del Resucitado que enciende destellos de luz en cada fragmento de nuestra vida y nos ayuda a interpretar la historia a partir de la victoria pascual (Papa Francisco).