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25/04/2021 Domingo 4º de Pascua (Jn 10, 11-18)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 25 abr 2021
  • 2 Min. de lectura

Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas.

Es poco frecuente ver hoy en el campo pastores con ovejas. Pero todos estamos familiarizados con la estampa del rebaño con su pastor; es una estampa muy poética: irradia belleza, ternura, tranquilidad, bienestar…

Imaginemos la escena. Hay pocas páginas en el Evangelio tan bellamente reveladoras de la intimidad que debe darse entre Jesús y quienes le seguimos. El pastor por delante, las ovejas detrás. Se respira serenidad. No hay tensiones, no hay miedos.

Claro que eso de dar la vida por las ovejas no tiene nada de romanticismo. Cuesta ver la ternura y la belleza del amor de Jesús muriendo en la cruz por sus ovejas. Pero ese es precisamente el amor llevado al extremo. Cuando contemplamos la imagen del Buen Pastor, podemos evocar aquella otra imagen de Jesús lavando los pies de los discípulos y diciéndoles: lo que yo he hecho con vosotros, hacedlo vosotros unos con otros.

Todos estamos llamados a ser buenos pastores dispuestos, como Él, a dar la vida por otros. A decir verdad, muchos de nosotros aquí presentes somos buenos pastores. Muchos papás y mamás están dispuestos a dar la vida por sus hijos. Esto demuestra que tenemos capacidad para ser buenos pastores. Ahora falta extender esta capacidad a todo prójimo, amigo o enemigo.

Yo soy el buen pastor; conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí.

Conocer, en lenguaje bíblico, es sinónimo de amar. Ser cristiano significa, ante todo, una relación de intimidad, una relación personal. No es suficiente con cumplimientos fríos y distantes de mandamientos y normas. No es suficiente con ser buena gente. En la imagen de las ovejas que siguen al pastor resplandecen la confianza, la ternura, la tranquilidad.

En este domingo del buen pastor hagamos nuestras las palabras del salmo: El Señor es mi pastor, nada me falta. En verdes pastos me hace reposar. Aunque fuese por valle tenebroso, ningún mal temería, pues tú vienes conmigo (Salmo 23).

 
 
 

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