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25/06/2021 Viernes 12 (Mt 8, 1-4)

Cuando bajaba del monte le seguía una gran multitud.

Cuando bajaba del monte al que había subido para sentarse sobre él y usarlo como púlpito del Sermón de la Montaña. Al acabar el sermón, tres capítulos más tarde, la gente estaba asombrada de su doctrina. Muchos de ellos le siguen. Otros, que no habían podido subir, se le acercan ahora, en el llano.

Después de los tres capítulos del Sermón de la Montaña (cap. 5-7), Mateo dedica dos (cap, 8 y 9) a los milagros de Jesús. Muestra su señorío sobre la naturaleza, los demonios, la enfermedad, la muerte. Queda establecido el triunfo sobre el mal. El milagro decisivo será el de su propia resurrección. Este poder será dado a quienes Él envía (cap. 10).

Un leproso se le acercó, se postró ante Él y le dijo: Señor, si quieres, puedes limpiarme.

Es una oración ejemplar, por serena y por confiada. Sin apremios. Pocas palabras y mucha fe. Nos recuerda la de las hermanas de Lázaro: Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo (Jn 11, 3). O la de su madre: No tienen vino (Jn 2, 3).

Él extendió la mano, le tocó y dijo: Quiero, queda limpio. Y al instante quedó limpio de su lepra.

Jesús pasa de las palabras a los hechos; son más elocuentes. También Él es sobrio; no multiplica palabas o gestos. Tocando al leproso, rechaza las leyes sociales o religiosas que excluyen a la persona para evitar que lo malo corrompa lo bueno. Jesús actúa desde la certeza de que lo bueno prevalece sobre lo malo. Devuelve al leproso a una vida digna, y lo hace, como siempre, desde la más absoluta gratuidad; sin aprovechar del milagro para ningún otro fin.

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