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25/07/2022 Santiago, Apóstol (Mt 20, 20-28)

Se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para hacerle una petición.

Se llama Salomé. Los hijos, ambos pescadores, Santiago y Juan. Son los primeros discípulos de Jesús, junto con Simón y Andrés: Ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron con Él (Mc 1, 20). Si tenían jornaleros, vivirían más holgadamente que otros. Esto lo saben bien tanto la madre como los hijos. Por eso se creen con más derechos que los demás. Y piden las más prestigiosas carteras ministeriales: Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.

La ambición de poder acecha a todo discípulo. Lo chocante es que la petición se hace justo después de que Jesús les ha hablado de su pasión y muerte. El Papa Francisco comenta: El triunfalismo en la Iglesia paraliza a la Iglesia. Pensemos en el daño que causan al pueblo de Dios los hombres y las mujeres de Iglesia con afán de hacer carrera, trepadores, que usan la Iglesia como trampolín para los propios intereses y ambiciones personales.

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra los dos hermanos.

Todos cojean del mismo pie. Todos cojeamos del mismo pie, unos de forma más evidente otros de forma más velada. Jesús no se sorprende. Jesús nos llama a todos para un sermoncito que concluye así: Quien quiera ser el primero, que se haga vuestro esclavo. Lo mismo que este Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por todos.

¿Cómo es posible combinar con estas palabras títulos tan pomposos como, por ejemplo, el de príncipes de la Iglesia? ¿Quizá no se nos cae la cara de vergüenza porque en esas andamos todos? Él, siendo de condición divina, no codició el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo (Flp 2, 6-7).

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