Así pues, velad, porque no sabéis el día en que llegará vuestro Señor.
Hoy, y también los dos próximos días, escuchamos el llamado discurso escatológico de Jesús. Jesús nos habla del final de los tiempos para cada uno de nosotros: de su segunda venida, de nuestra muerte. Él, que se ha ido a prepararnos un sitio, cuando lo tenga preparado volverá para llevarnos consigo para que estemos donde Él está (Jn 14, 3).
¿Cómo vivir siempre preparados? Nos lo ilustra con dos ejemplos. El del ladrón nos advierte de que no podemos saber cuándo llegará Él. El del criado fiel nos invita a vivir en todo momento como empleados honrados. En todo momento estaremos preparados si atendemos a lo que Él nos ha encomendado. Sabemos bien que la encomienda principal es el cuidado de nuestros hermanos: en esto conocerán que sois mis discípulos, en que os amáis unos a otros (Jn 13, 35). En todo momento estaremos preparados si vivimos en la certeza de que nos espera el abrazo del Padre y convencidos de que lo mejor está por venir. Nuestra tarea diaria está hecha de vigilancia y servicio, siempre persuadidos de que el Amor nos espera. Como dice un autor contemporáneo, la muerte representa el último acto de abandono total en las manos del Padre, a ojos cerrados.
Una monja carmelita lo canta así: Sé que será el momento de hacer balance de mi vida, - tan pobre y tan sin peso. – Pero, más allá del temor, - estoy segura de que un amor me espera. – Cuando muera no lloréis, - porque es ese amor quien me lleva consigo. – Y si veis que tengo miedo, ¿por qué no?, - recordadme sencillamente que un amor me espera.
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