25/09/2025 Jueves 25 (Lc 9, 7-9)
- Angel Santesteban

- 24 sept
- 2 Min. de lectura
Herodes se enteró de todo lo que pasaba y estaba perplejo… Y deseaba verle.
Es fácil ver en Herodes al prototipo de la insensatez que predomina entre los líderes de nuestro mundo. Insensatez suprema, porque no tienen puntos de referencia fuera de ellos mismos. Pero vamos al grano; vamos a Jesús.
El Evangelista nos dice que Herodes estaba perplejo ante el fenómeno de Jesús. La verdad es que todo el pueblo estaba perplejo. También sus discípulos: ¿Quién es éste que conmina a los vientos y al agua, y le obedecen? (Lc 8, 25). No conocían a Jesús y no sabían a qué atenerse. Es que no es fácil conocer a Jesús ya que nadie puede venir a mí si el Padre que me ha enviado no lo atrae (Jn 6, 44).
Pero es que Jesús deja especialmente perplejos a quienes, por pura benevolencia de Dios, le conocemos. Claro que nosotros sí sabemos a qué atenernos. La novedad de Jesús es tan inimaginable que también a nosotros nos cuesta captarla. Es tal la perplejidad que nos embarga cuando el Espíritu abre nuestros ojos a la persona y al mensaje de Jesús que exclamamos con Pablo: ¡Qué abismo de riqueza, de sabiduría y prudencia de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones, qué incomprensibles sus caminos! (Rm 11, 33). Lo había vislumbrado el antiguo salmista: Tanto saber me sobrepasa, es sublime y no lo abarco (Salmo 139, 6). Algunos místicos lo han probado y expresado. Como Juan de la Cruz: Cuanto más alto llegaba – de este lance tan subido, - tanto más bajo y rendido – y abatido me hallaba; - dije: ¡No habrá quien alcance!; - y abatíme tanto, tanto, - que fui tan alto, tan alto, - que le di a la caza alcance.
Comentarios