25/11/2025 Martes 34 (Lc 21, 5-11)
- Angel Santesteban

- hace 8 horas
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A unos que ponderaban los hermosos sillares del templo y la belleza de su ornamentación.
Los judíos contemplaban embelesados la hermosura del templo y la belleza de su ornamentación. Todos quedamos encandilados ante la hermosura, sea obra de Dios o de hombres. El gran cantor de la hermosura que es San Juan de la Cruz nos pide saber relativizarla: No te pongas en menos ni repares en migajas que se caen de la mesa de tu Padre. ¡Sal fuera y gloríate en tu gloria! Escóndete en ella y goza.
También Jesús trata de hacer ver a sus paisanos la inconsistencia de toda hermosura creada. Les dijo: Llegará un día en que todo lo que contempláis lo derribarán sin dejar piedra sobre piedra.
Toda hermosura creada, comenzando por la de nuestro propio cuerpo, acaba desmoronándose hasta no quedar piedra sobre piedra. Dice san Pablo: Sabemos que si nuestro albergue terrestre, esta tienda de campaña, se derrumba, tenemos un edificio que viene de Dios, un albergue eterno en el cielo; lo mortal queda absorbido por la vida (2 Cor 5, 1-4). Solamente la hermosura divina, hermosura que es sinónimo de amor, perdura por siempre: Sólido es su amor hacia nosotros, la fidelidad del Señor es perpetua (Salmo 117).
Los creyentes creemos en la Hermosura, creemos en el Amor. Solamente la Hermosura del Amor es digna de fe. Creemos que la Hermosura del Amor está encarnada en Jesús, el crucificado-resucitado. Sabemos que los últimos tiempos ya han llegado y que la Hermosura del Reino del Amor arde en cada persona y en toda la humanidad como las brasas bajo las cenizas. El nuevo mundo y la nueva sociedad están siendo construidas con la fuerza del Espíritu de Jesús que actúa como la levadura en la masa.
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