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26/01/2022 Santos Timoteo y Tito (Mc 4, 1-20)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 25 ene 2022
  • 2 Min. de lectura

¡Atención! Salió un sembrador a sembrar.

El capítulo cuarto del Evangelio de Marcos nos ofrece tres parábolas con la semilla como protagonista: esta del sembrador, la de la semilla que crece sola sin que el labrador sepa cómo (vv 26-29), y la de la mostaza (vv 30-32). Entendemos mejor lo que Jesús quiere decirnos sobre el reinado de Dios tomándolas juntas a todas ellas.

Lo que los discípulos han visto hasta ahora está lejos de ser una marcha triunfal de Jesús. Abundan los rechazos hacia su persona. Esto no encaja con sus expectativas. Podrían ser fácil presa de la decepción. Estas parábolas de la semilla quieren hacer ver al discípulo, al de ayer y al de hoy, que la insignificancia de los comienzos o los reveses del camino forman parte de la realidad del reinado de Dios; invitan a la confianza en el futuro.

Contemplamos al sembrador. Le vemos derrochón. Le oímos canturreando coplas mientras esparce las semillas. No le importa que muchas se pierdan. Está convencido de la espléndida cosecha final. Convencido del poder de la semilla capaz de convertirse en árbol frondoso abriendo grietas en la roca. Convencido de que puede irse a casa tranquilo, porque duerma o esté despierto, la semilla se comportará tal como ha sido programada.

Sembradores somos todos los agraciados con el don de la fe. Nos toca sembrar en todo momento. Con la presencia y con la oración; quizá también con la palabra. Siempre con el talante risueño y despreocupado del sembrador.

Salió el sembrador a sembrar.

¿Y si identificamos Sembrador y Semilla y escribimos las dos palabras con mayúscula? Porque, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere da mucho fruto (Jn 12, 24).

 
 
 

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