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26/02/2022 Sábado séptimo (Mc 10, 13-16)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 25 feb 2022
  • 2 Min. de lectura

Le presentaban unos niños para que los tocara, pero los discípulos les reñían.

Es una escena encantadora. A los discípulos les ha faltado poco para estropearla. Se han tomado demasiado en serio a Jesús. No les parece bien que unos niños, con su bullicio, rompan esa seriedad; y regañan a las mamás de los niños.

Es cierto que Jesús es la realidad más grandiosa del universo. Pero eso no significa que los cristianos debamos ir por la vida con caras serias y taciturnas. Los niños son espejos en los que mirarnos, y maestros que nos enseñan el mejor camino del discipulado. Por eso Jesús les reprende:

Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios.

A Jesús le gusta la compañía de los niños. Hace poco le hemos visto tomando un niño, poniéndole en medio de ellos, y estrechándole entre sus brazos (Mc 9, 36). Y nos repite en varias ocasiones que si no nos hacemos como niños no entraremos en el Reino (Mt 18, 3). Es porque el niño no es capaz de conseguir nada, pero es capaz de recibirlo todo con tanta gratuidad como naturalidad. Entramos en el Reino de Dios en el momento en que asumimos la gratuidad con absoluta naturalidad. El Reino, el Evangelio, Jesús, se reciben como una bendición del cielo, como una caricia de madre. Estos son los secretos que el Padre revela a la gente sencilla.

Nos viene bien abandonar la aburrida seriedad para acogernos a la gozosa naturalidad. Así me mantengo en paz y silencio, como niño en el regazo materno. ¡Mi deseo no supera al de un niño! (Salmo 131).

 
 
 

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