Entonces Jesús, movido por el Espíritu, se retiró al desierto para ser tentado por el Diablo.
Resulta extraño que el Evangelista diga que Jesús se retiró al desierto para ser tentado. Parecería más acertado decir que Jesús se retiró al desierto para orar y discernir su futuro. ¿O será, quizá, que las dos cosas son dos aspectos de la misma realidad?
El tentador tiene la habilidad de ofrecer alternativas razonables que no parecen opuestas a la voluntad de Dios. Como la tentación del poder: ¡Tantas cosas buenas se pueden llevar a cabo desde una posición de poder! O la tentación de la popularidad: ¿No es más fácil hacer llegar el mensaje a la gente siendo admirado y apreciado? O la tentación del pan o bienestar material: ¿No son esenciales para la vida un cierto bienestar y una cierta seguridad económica?
Antes de comenzar su vida pública, Jesús debe discernir con claridad el camino a seguir. Cuando pide que le sigamos, dirá: Sígueme. Y no se me da la oportunidad de pedir explicaciones o suplicar garantías. Solamente eso: Sígueme. Él es el camino. Él, la única garantía.
¿Cómo afronta Jesús las tentaciones? Siempre con el arma de la Palabra de Dios. Tres las tentaciones, tres las veces que recurre a la Palabra de Dios: Está escrito.
Nos dice el Papa Francisco: Durante los cuarenta días de la Cuaresma, como cristianos, estamos invitados a seguir las huellas de Jesús y afrontar el combate espiritual contra el maligno con la fuerza de la Palabra de Dios. Nuestra palabra no sirve. La Palabra de Dios tiene la fuerza de derrotar a satanás. Por esto es necesario familiarizarse con la Biblia: leerla a menudo, meditarla, asimilarla. La Biblia contiene la Palabra de Dios que es siempre actual y eficaz.
La Palabra de Dios es viva y eficaz y más cortante que espada de dos filos; penetra hasta la separación de alma y espíritu, articulaciones y médula, y discierne sentimientos y pensamientos del corazón (Hebr 4, 12).
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