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26/03/2023 Domingo 5º de Cuaresma (Jn 11, 1-45)

Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque muera, vivirá; y quien vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees esto?

Marta, la hermana del difunto Lázaro, ha reprochado a Jesús el no haber llegado antes: Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Y Jesús le ha asegurado que Lázaro resucitará; pero eso no consuela a Marta que, como buena judía, sabe que su hermano resucitará en la resurrección en el último día.

Dentro de unos días celebraremos la Pascua de Resurrección. Nosotros creemos en Jesús vencedor de la muerte. Nosotros decimos con Marta: Sí, Señor; yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo. Nosotros creemos, como dice san Pablo, que el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a nuestros cuerpos mortales. Pero antes deberemos pasar, como Jesús, por las pruebas de Getsemaní y de la cruz. Y deberemos pasar, como las hermanas de Lázaro, por la dura prueba de perder a muchos de nuestros seres queridos. La fe no ahorra lutos o lágrimas.

Pero mientras esperamos su venida gloriosa al final de nuestros días, Jesús nos encomienda una tarea: Quitad la piedra. Nos invita a hacer lo que está en nuestras manos para abrir la entrada de la tumba en la que muchos parecen sepultados incapaces de disfrutar de la luz y de la vida. El Papa Francisco dice que estamos llamados a quitar las piedras de todo lo que sabe a muerte.

Escuchemos finalmente las poderosas palabras de Jesús ante la tumba de su amigo: Lázaro, sal fuera. Las escuchamos como dirigidas a nosotros mismos. Necesitamos salir fuera de la tumba de nuestro podrido y maloliente egoísmo. Eso es lo que nos inmoviliza. Estamos llamados a ir por la vida libres de tantas ataduras que nos impiden disfrutar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Por eso Jesús añade: Desatadlo y dejadle andar. También estas palabras son para nosotros. Porque también entre cristianos piadosos encontramos quienes viven como maniatados por una religiosidad que más que liberar oprime.

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