Os aseguro que uno de vosotros me entregará.
La cena de ayer se celebró en la mesa de la amistad de Betania. La de hoy, en la mesa de la Eucaristía de Jerusalén. En ambas mesas la buena armonía es empañada por la cizaña de Judas, aparentemente muy razonable: ¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres? Esa misma cizaña aparece hoy como lo que es; cuando Judas se marcha, era de noche. Alejarse de Jesús significa entrar en la oscuridad. Si el contrapunto de Judas ayer era María derramando su perfume, hoy es Juan recostado sobre el pecho de Jesús.
La infidelidad de Pedro será distinta de la de Judas. Jesús sabe que el amor de Pedro hacia Él es más profundo que su debilidad. Amigo verdadero es quien ama, aunque a veces pueda fallar.
Ahora ha sido glorificado el Hijo del Hombre y Dios ha sido glorificado en Él.
Ahora. Finalmente ha llegado la hora. Los sufrimientos y humillaciones de Jesús no ocultan sino que revelan la gloria de Dios. Es ahí donde se manifiesta el amor; el amor hasta el extremo; el extremo de la cruz.
Te aseguro que antes de que cante el gallo, me negarás tres veces.
El grupo de discípulos parece abocado a su desintegración. El camino de la cruz hace estallar por los aires la fidelidad de todos ellos: Todos vais a fallar, como está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas (Mc 14, 27). Tampoco Pedro se libra del desastre. Y, sin embargo, Jesús no pierde la calma. Siempre nos espera; más allá de cualquier infidelidad y más allá de la hora en que el gallo deja de cantar.
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