Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo.
Esta es nuestra misión: ser sal de la tierra y luz del mundo. La sal nos habla de discreción y efectividad. Basta un pellizco de sal para dar sabor a la comida. Si nos pasamos con la sal, el plato ofrecido será desechado por desagradable. La luz nos habla de brillantez y mesura. Una luz deslumbrante estorba más que ayuda. Mejor una luz indirecta en el lugar más conveniente.
Jesús nos pide hacer más agradable la vida de los demás. ¿Cómo? Mostrándoles con la nuestra cómo el Evangelio llena de sabor y colorido toda realidad; la realidad de la convivencia y de la soledad, de los momentos alegres y tristes, del trabajo y de la fiesta.
Quienes, en países de vieja raigambre católica, añoran los tiempos pasados del cristianismo social, y se quejan, por ejemplo, de la desaparición de la enseñanza religiosa en las escuelas, deberían hacerse eco de esta invitación de Jesús: Vosotros sois la sal de la tierra y la luz del mundo. En la escuela de nuestra sociedad nosotros, los creyentes, somos los maestros; maestros amenos, elocuentes, discretos. Tampoco será esencial contar con medios poderosos de propaganda religiosa; lo esencial será que actuemos con el estilo de Jesús.
Ante este llamamiento de Jesús será oportuno preguntarnos si, en nuestro entorno más inmediato, somos fuente de una mejor calidad de vida, o si, por el contrario, somos fuente de fastidio y malestar.
Precisamente en nuestro tiempo, en el que parece que nos estamos convirtiendo en el pequeño rebaño (Lc 12,32) como discípulos del Señor, estamos llamados a vivir como una comunidad que es sal de la tierra y luz del mundo (Papa Francisco).
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