Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo.
Isidoro (+636) fue sal y luz en el oscuro momento histórico que le tocó vivir. Él es el puente entre la cultura eclesial antigua y la medieval.
Jesús no nos pide que seamos sal y luz. Tampoco nos dice que seremos sal y luz en el futuro. Nos dice que somos sal y luz ahora, en el momento presente, independientemente de lo que nos toque vivir o sentir. Somos sal y luz también cuando perdemos el ánimo y el vigor; también cuando se nos debilita la confianza.
Teresa de Lisieux fue sal y luz también en sus momentos de mayor oscuridad: Cuando canto la felicidad del cielo y la eterna posesión de Dios, no experimento la menor alegría, pues canto simplemente lo que quiero creer.
La sal y la luz hablan de dos maneras diferentes de testimoniar la fe; dos maneras complementarias, no excluyentes. La sal nos habla de vigor, de sabor, de discreción, de incorrupción. Aunque pase desapercibida, es muy eficaz; como la madre de Jesús en Caná. La luz nos habla de brillo, de transparencia, de alegría. No es mirada, pero todo el mundo se mueve gracias a ella.
Somos sal y luz cuando seguimos el consejo de Pablo: Todo cuando hagáis, de palabra y de obra, hacedlo todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de Él (Col 3, 17).
La luz de la fe que está en nosotros no debemos retenerla como si fuera nuestra propiedad. Estamos llamados a hacerla resplandecer en el mundo, a donarla a los otros mediante las buenas obras (Papa Francisco).
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