Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver.
Seguimos en la sobremesa de la última cena. Repite, de manera algo diferente, lo dicho poco antes: Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis (14, 19). Lo había anunciado también a todos los que le escuchaban en el templo: Todavía un poco de tiempo estaré con vosotros (7, 33). Jesús está anunciando su muerte y su resurrección. La muerte, inaceptable para los discípulos; la resurrección, ininteligible. Recordemos cómo, después de la transfiguración, habían discutido entre ellos qué era eso de resucitar de entre los muertos (Mc 9, 10).
Decían: ¿Qué es ese ‘poco’? No sabemos lo que quiere decir.
No le entienden. Les sucede a menudo. No le entienden porque interpretan literalmente las palabras de Jesús. Jesús, con frecuencia, da a sus palabras un significado más profundo que el inmediatamente aparente. Lo que hoy dice a sus discípulos resulta claro solamente a la luz de la resurrección.
La torpeza de los discípulos es motivo de alivio para nosotros. ¡Nos cuesta tanto comprender muchas palabras de Jesús y muchas páginas del Evangelio! La vida, también en lo interior, es una sucesión de días y noches, de presencias y ausencias. Pero, conforme maduramos y el Señor va transformando nuestra torpeza en sabiduría, entendemos que Dios está presente también en la noche y en el no-saber.
Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo.
La cruz les hundirá en la tristeza, pero la resurrección les devolverá la alegría: Una alegría que nadie os la podrá quitar. Una alegría que fue aclamada así por el profeta: Se os alegrará el corazón y vuestros huesos como césped florecerán (Is 66, 14).
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