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26/06/2022 Domingo 13 (Lc 9, 51-62)

Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron: Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?

Los dos hermanos, Hijos del Trueno, rivalizan en fervor por la causa de Jesús. No estaban seguros de que su petición será atendida, pero sí de que su fervor será apreciado. Y se encuentran con una reprimenda: Jesús se volvió y les regañó.

Jesús se muestra tolerante con los lejanos. Pero puede mostrarse violento con los cercanos; los muy religiosos que se arrogan el derecho de imponer opiniones y se creen mejores que otros. También se muestra violento con quienes aspiran a ser sus seguidores.

Mientras iban de camino, uno le dijo: Te seguiré adonde vayas. Jesús le contestó: Las zorras tienen madrigueras, las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.

Es el primero de tres posibles discípulos. No se lo pone fácil. Sus poco amables palabras apagaron el fervor de los tres candidatos. Jesús no se esforzó por allanar el camino de modo que aumentasen las vocaciones. No le interesa un seguimiento, un cristianismo, dominado por el sentido común. Quiere un seguimiento, un cristianismo, comprometido. Para nosotros, sus seguidores, no es suficiente ser buena gente. Para eso no es necesario acudir a la iglesia los domingos. Hay mucha buena gente, personas mejores que nosotros, que no vienen a misa. A la hora de perdonar, nadie más magnánimo que el Señor de nuestras vidas. Pero a la hora de exigir, nadie como Él.

El que pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás no sirve para el Reino de Dios.

Ser cristiano es una elección personal. Sopesamos pros y contras, y elegimos una forma de vida que es envidiable, pero que exige la renuncia a muchas cosas. Cosas como el pasado. Nosotros miramos hacia adelante; nada de echar la vista atrás. Por eso ser cristiano puede significar, por ejemplo, la renuncia a viejas formas religiosas que dejan en segundo plano la entrega y el servicio a los prójimos.

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