Los nombres de Joaquín y Ana, padres de María, aparecen muy temprano; tan temprano como en algunos libros del siglo II. Esta celebración es una invitación a promover la devoción a los abuelos. El Papa Francisco dice: Los santos Joaquín y Ana forman parte de esta larga cadena que ha transmitido el amor de Dios, dentro del calor de la familia, hasta María.
Explícanos la parábola de la cizaña en el campo.
Los discípulos no han entendido la parábola de la cizaña. Los hombres no entendemos cómo un Dios que es amor permite la cizaña; es decir, el mal, la injusticia, el pecado. La cizaña está presente en todas partes: en el mundo, en la Iglesia, en cada uno de nosotros. Si estuviese en nuestras manos los eliminaríamos de raíz. Acudimos a él y le apremiamos: ¿Quieres, Señor, que vayamos y la arranquemos? Pero Él, con toda tranquilidad, replica: No, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Seguimos sin comprender. Lo aceptamos porque no nos queda otra.
Pablo, que tanto se queja al Señor por tanta cizaña que ve en su propia persona, sabe asumirlo con elegancia: Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas (2 Cor 12, 9). Claro que Pablo está convencido de que toda cizaña, todo mal, tiene sus días contados: Pues Él tiene que reinar hasta poner a todos sus enemigos bajo sus pies; el último enemigo en ser destruido es la muerte (1 Cor 15, 25-26).
Así será. Entretanto, vivamos el tiempo como sacramento de la paciencia, de la misericordia y de la sabiduría de Dios. Él es capaz de sacar bien del mal: Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Rm 5, 20).
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