26/09/2025 Viernes 25 (Lc 9, 18-22)
- Angel Santesteban

- 25 sept
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Les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro le contestó: El Cristo de Dios.
Ayer era el rey Herodes quien se preguntaba: ¿Quién es éste? Hoy es el mismo Jesús quien hace dos preguntas a los suyos. La primera: ¿Quién dice la gente que soy yo? La segunda: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? La respuesta a esta última pregunta es la que de verdad le importa. No quiere respuestas desde la memoria, sino desde lo hondo del ser. Como la de Pedro que, movido por el Espíritu, habla sin entender lo que dice.
La persona de Jesús no cabe en los moldes en que los hombres pretendemos enjaular a Dios. El amor no es comprensible para quien no está inmerso en él y lo contempla desde fuera; puede parecer irracional y absurdo. Pero, aunque todavía no, a Pedro le llegará el momento en que el Espíritu le dará una profunda comprensión del amor de Dios manifestado en Jesús. Lo vemos en su primera carta, cuando nos dice: Alegraos en la medida en que participáis en los sufrimientos de Cristo, para que también os alegréis alborozados en la revelación de su gloria (1 P 4, 13).
El Hijo del hombre debe sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día.
Cuando todos esperan un Mesías triunfante, Jesús habla de fracaso y de cruz. Como a Pedro, también a nosotros Jesús nos llama a un encuentro personal. Un encuentro transformante que llena la vida de asombro, alabanza y gratitud: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo que nos ha reengendrado a una esperanza viva (1 P 1, 3).
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