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26/10/2021 Martes 30 (Lc 13, 18-21)

¿A qué se parece el reinado de Dios? ¿Con qué lo compararé?

Quienes escuchaban a Jesús imaginaban un reinado de Dios semejante al glorioso reinado de David o Salomón. Los discípulos soñaban con los puestos más distinguidos. Veinte siglos más tarde, emergen entre nosotros resabios de esta mentalidad cuando confundimos el reinado de Dios con la cristiandad, y nos consideramos únicos depositarios de la verdad y de la salvación. En las dos breves parábolas de hoy, Jesús trata de eliminar los delirios de grandeza de sus seguidores.

Se parece a una semilla de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto… Se parece a la levadura que una mujer toma y mezcla con tres medidas de masa…

Difícil encontrar cosas más diminutas e insignificantes que una semilla de mostaza o un pellizco de levadura. Además, ambas cosas necesitan de un proceso lento para producir resultados. Nos cuesta aceptar la insignificancia del reinado de Dios en nosotros y en el mundo. Nos encantan la espectacularidad y los resultados inmediatos. Al Señor le encantan la humildad y los procesos lentos. Nos encantaría que la Iglesia fuese la reverenciada batuta de la sociedad. Pero el Señor la prefiere sin influencia y denigrada en los medios de comunicación: El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros (Jn 15, 20).

Una consoladora realidad es que tanto la semilla como la levadura crecen de forma imparable, por su propia fuerza, sin que nosotros sepamos cómo (Mc 4, 27). Dios actúa en nosotros y en el mundo sin necesidad de nuestra ayuda, de manera libre y gratuita. Porque Dios es Amor. Esta es la suprema verdad. Él nos ama; nada ni nadie podrá separarnos de este amor.

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