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26/11/2020 Jueves 34 (Lc 21, 20-28)

Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación.

Continuamos con el discurso sobre el fin de Jerusalén y sobre el fin de los tiempos. Se habla de destrucción, de venganza, de castigo, de angustia, de espada, de ansiedad, de astros que se tambalean… Pero todo esto no es sino un ropaje literario. Lo que de verdad importa es el esperanzador y liberador mensaje final: Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación.

Lo mejor está por venir. Esto que los cristianos creemos, afectará a toda la humanidad y a toda realidad. Pero mientras este glorioso final no se haga presente, los creyentes debemos tratar de humanizar y divinizar el mundo.

Desde luego, si miramos a nuestro alrededor sin la luz de la fe, lo que vemos es triste y desolador. Lo mismo que si miramos a nuestra pobre realidad personal. Pero esta realidad tan aparentosa, sea mundial sea personal, se desmoronará; no quedará piedra sobre piedra. Solamente la fe hace que vayamos por la vida animosos, con la cabeza alta. Solamente la fe consigue que veamos las cosas como las ve Dios.

Santa Teresa calificaba de tiempos recios al momento histórico que le tocó vivir. Pero todos los tiempos son recios. El Evangelio de hoy puede ser aplicado a la realidad social y a la personal. Jesús quiere que pongamos los ojos en el horizonte que nos espera.

El lenguaje y las imágenes apocalípticas no pueden distraernos de su sentido fundamental, que no es la amenaza ni el miedo, sino el triunfo del amor y la restauración definitiva de las esperanzas y de los sueños de los más humillados de la historia; Dios está de su parte (Papa Francisco).

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