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26/11/2021 Viernes 34 (Lc 21, 29-33)

Observad la higuera y los demás árboles: cuando echan brotes, sabéis sin más que el verano está cerca.

De igual manera, cuando sucedan las cosas que nos presenta en este discurso (evidentemente en sentido figurado), entendamos que el Reino de Dios está cerca. Jesús no siempre habla de esta manera tan dramática sobre nuestros últimos días terrenos. A veces usa palabras más amables. Como cuando dice: Voy a prepararos un puesto. Cuando vaya y os lo tenga preparado, volveré para llevaros conmigo, para que estéis donde yo estoy (Jn 14, 2-3).

El nuestro, es un Dios cercano. Se ha hecho uno de nosotros. Siempre fiel a sí mismo: Si somos infieles, Él permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo (2 Tim 2, 13).

Os aseguro que no pasará esta generación antes de que suceda todo eso. Cielo y tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán.

Desde luego que no pasará esta generación antes de que suceda todo lo que nos dice. Todos lo experimentaremos en nuestra propia carne de una u otra forma. Las cosas de esta vida, antes o después, pasan. Pero la fidelidad de Dios es eterna, inamovible: ¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido (Is 49, 15).

La fidelidad de Dios se ha encarnado en Jesús. Y lo primero que a nosotros se nos pide, antes que las buenas obras, es creer y confiar en Él. Él, Jesús, el Señor de la historia; Él, la referencia única de la humanidad y del universo entero.

Cuando comiencen a sonar las trompetas del final de los tiempos para cada uno de nosotros, levantaremos la cabeza; llega la plenitud de la liberación.

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