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27/01/2022 Jueves tercero (Mc 4, 21-25)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 26 ene 2022
  • 1 Min. de lectura

¿Se enciende un candil para meterlo debajo de la cama? ¿No se coloca en el candelero?

Ayer, antes de explicar la parábola del sembrador, decía Jesús a los discípulos: A vosotros se os comunica el secreto del reinado de Dios. Hoy nos dice que este secreto que se nos ha revelado es para ser compartido; con la misma discreción y naturalidad de un candil. La luz de la fe no debe ser escondida ni debe ser gozada en privado. Con esta pequeña parábola que sigue a la del sembrador, Jesús nos dice además que el secreto del reinado de Dios se nos va desvelando poco a poco, progresivamente: Nada hay oculto que no haya de ser descubierto.

Quien tengo oídos para oír, que oiga.

Ahora quiere hacernos ver que para tener y conservar la luz hay que saber escuchar. La luz de la fe entra por los oídos. Evocamos las palabras del salmista: Tu palabra es antorcha para mis pasos, luz para mi sendero (Salmo 119, 105).

A quien tiene se le dará; a quien no tiene se le quitará aun lo que tiene.

A quien escucha se le dará una capacidad mayor de escucha. Al que tiene luz se le dará más luz y mejor visión. Se lo dice Jesús a Natanael: Verás cosas mayores (Jn 1, 50). Un poeta nicaragüense lo dice así: Como el dinero atrae a más dinero, así el amor atrae más amor. Y como al que es rico todos los negocios le salen bien, así el que tiene mucho amor. Mientras al que tiene mucho egoísmo y explota a sus hermanos, Dios le quita hasta lo poco de bueno que tenía en su corazón.

 
 
 

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