Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen.
A la categoría de enemigo pertenece el impertinente, el inaguantable, el fastidioso; todo aquel que, por lo que sea, no me cae bien. Todo lo que dice Jesús en el Evangelio de hoy, como en el de ayer, gira en torno al amor. Un amor que es más amor cuanto más se parezca al amor de Abbá, que hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos.
Será bueno preguntarnos, a la luz de las palabras de Jesús, por los distintos tipos de amor en nuestra vida. En unos predomina el sentimiento, en otros la voluntad. Preguntémonos cuál de ellos se parece más al amor de Abbá o del Crucificado, y cómo hacer para vivificar y fomentar ese amor.
Si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo los publicanos?
Nos guste o no nos guste, consciente o inconscientemente, establecemos barreras y fronteras de todo tipo: social, racial, religioso, cultural… Y albergamos prejuicios hacia quienes no son como nosotros; prejuicios muy difíciles de erradicar. Pero Abbá no sabe de barreras o fronteras. De Él venimos y hacia el vamos. Todos. Y todos deberíamos hacer el camino de la vida juntos, como hermanos.
La buena convivencia universal comienza con la buena convivencia doméstica. Este es el pan da cada día que debemos pedir porque tanto necesitamos. No pedimos que desaparezcan los conflictos, sino que sepamos afrontarlos con Él y desde Él. Así es cómo nos acercamos a la meta que se nos propone: Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.