Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único…
¡Tanto! Imposible imaginar mayor amor. Al mundo. A todo lo creado: cuerpos y almas, materias y espíritus, ángeles y hombres, buenos y malos. Nada queda fuera del Amor: Todo fue creado por Él y para Él (Col 1, 16). Entregó a su Hijo. Y el Hijo, como el Padre, nos amó hasta el extremo (Jn 13, 1).
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único…
Es un resumen perfecto del Evangelio, de la mejor de las noticias. Es un amor que se ve plasmado, sobre todo, en la cruz. Es un amor a prueba de cualquier maldad o pecado. Desde la cruz, Dios-Amor perdona a quienes no saben lo que hacen: a quienes le crucificamos o le traicionamos. El día en que sepan lo que hacen, mirarán al que traspasaron (Jn 19, 37). La cruz de Jesús lo ilumina todo y pone luz en las más oscuras tinieblas. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él (Jn12, 47).
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único…
¿Cuándo acabaremos de comprender que Jesús no ha venido a juzgarnos, sino a salvarnos? Su amor llena de sentido toda existencia, y no hay vida más sana y atinada que la de quien cree en este amor.
Dios nos ama con locura. El crucifijo es precisamente el gran libro del amor de Dios. Cuántos cristianos pasan su tiempo mirando el crucifijo…, y allí encuentran todo. El Espíritu les ha hecho comprender que ahí está toda la ciencia, todo el amor de Dios, toda la sabiduría cristiana (Papa Francisco).
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