Mi hija está a punto de morir; ven, impón las manos sobre ella, para que se salve y viva… Si logro tocar aunque solo sea sus vestidos, me salvaré.
Los dos milagros juntos, unidos por el lugar y la hora. Unidos también por el número doce. Doce son los años de la hija de Jairo y doce los años que la mujer lleva sufriendo hemorragias. El número doce representa a Israel, el pueblo de las doce tribus. El mensaje subliminal es que la religión de la ley no ofrece vida saludable; tampoco lo cristiano revestido de legalismo.
El lazo más fuerte de unión de estos dos milagros es la fe: la de Jairo y la de la mujer enferma. La fe de Jairo es grande. Pero necesita que Jesús vaya y toque a su hija. Luego se derrumba cuando oye que su hija ha muerto. Jesús, que también oye las palabras de los mensajeros: Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al maestro?, se apresura a apuntalar su fe: No temas; solamente ten fe. Ahora es Jesús el que suplica; necesita la fe de Jairo.
La fe de la hemorroísa es más fuerte que la de Jairo. No hace falta que Jesús se entere; será suficiente con tocar sus vestidos. El Papa Francisco comenta: Aquí impresiona el hecho de que la fe de esta mujer atrae, - a mí me entran ganas de decir roba, - el poder divino de salvación que hay en Cristo. Él, sintiendo que una fuerza había salido de Él, intenta entender qué ha pasado. Y le dice: Hija, tu fe te ha salvado.
Los creyentes, como Jairo y la mujer enferma, presentamos a Jesús todos nuestros problemas. Todos. No solamente los que parecen más sencillos; también, sobre todo, los que parecen imposibles. Son los que más le interesan, porque demuestran una fe mayor por nuestra parte.
Les dijo que dieran de comer a la niña.
Todos quedaron viendo visiones. Jesús nos invita a vivir el milagro con naturalidad, sin aspavientos, ocupados en las pequeñas tareas de la vida diaria.
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