El Reino de los Cielos es como un hombre que, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda.
Buen retrato de lo que es la vida de todo hijo e hija de Dios. Todos debemos tenerlo tan claro como lo tenía santa Teresa: La pobre alma, aunque quiera, no puede lo que querría, ni puede nada sin que se lo den. ¿Qué podemos pagar los que no tenemos qué dar si no lo recibimos?
Todo es gracia, todo es don. Desde el momento de nuestra concepción. Todo nos ha sido dado para que lo pongamos al servicio de nuestros hermanos. Por eso que la actitud encogida, timorata, conservadora, del tercero de los siervos está fuera de lugar. El pobre hombre vive encogido porque tiene una idea equivocada de su amo.
Señor, sabía que eres exigente… Como tenía miedo, enterré tu bolsa de oro; aquí tienes lo tuyo.
Tenía miedo. Estamos supuestos a tener fe, a confiar; nada de dejar que el miedo domine nuestra vida. Estamos supuestos a asumir riesgos. Como el riesgo de no tenerlo todo controlado, ni nuestra vida ni la de los demás. Siempre fiados en quien nos asegura que está con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos.
¿Por qué Jesús no habla de un cuarto siervo que, como los dos primeros, arriesgó con su capital y lo perdió todo? Porque en el negocio del amor eso no se da. En el negocio del amor, por mucho que se arriesgue, nunca se pierde. El tercer siervo es responsable y cumplidor. Pero para su amo es un inútil. A los seguidores de Jesús se nos pide inventiva y audacia. Siempre con la confianza puesta en quien ha confiado en nosotros.
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