27/09/2025 San Vicente de Paul (Lc 9, 43b-45)
- Angel Santesteban

- 26 sept
- 2 Min. de lectura
Prestad atención a estas palabras: el Hijo del Hombre será entregado en manos de los hombres.
Por segunda vez, y no será la última, Jesús anuncia a los discípulos su inminente pasión y muerte. Los discípulos necesitaban, como necesitamos todos, cambiar de mentalidad; necesitaban abandonar ideas de grandezas y honores. No es tarea sencilla, porque los humanos asociamos lo divino con la espectacularidad y el esplendor. Para nosotros, hablar de gloria es hablar de honor, honor que brilla en el poder. Para Jesús, hablar de gloria es hablar de amor, amor que brilla en la cruz. Lo entendemos todo al revés de cómo lo entiende Dios. La lección comenzará a ser asimilada por los discípulos solamente a partir de sus encuentros con el Crucificado-Resucitado. Así sucede también hoy: también nosotros abrazamos la cruz solamente después de haber probado cruz y resurrección en propia carne.
Pero ellos no entendían este asunto; su sentido les resultaba encubierto; pero no se atrevían a hacerle preguntas respecto a esto.
¿Por qué no se atrevían a preguntar? Sospechaban que deberían renunciar a sus sueños. Todos, a veces, preferimos ignorar la realidad para no tener que abordarla. Decía el papa Francisco: En el momento del triunfo, Jesús anuncia su Pasión. Los discípulos no comprenden y no piden explicaciones. Mejor no comprender la verdad. Tenían miedo de la cruz. En verdad, también Jesús le tenía miedo; pero Él no podía engañarse. La cruz nos da miedo. Esto es lo que sucede cuando nos comprometemos en el testimonio del Evangelio, en el seguimiento de Jesús. Cada uno de nosotros puede pensar: ¿A mí qué me sucederá? ¿Cómo será mi cruz? No lo sabemos, pero estará y debemos pedir la gracia de no huir de la cruz cuando llegue.
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