En aquel momento se acercaron unos fariseos a decirle: Sal y retírate de aquí, porque Herodes intenta matarte.
A la pregunta de si son pocos los que se salvan, Jesús acaba de responder: Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. Ahora es Jesús quien tiene que esforzarse por entrar por la puerta estrecha de la voluntad de Abbá que le lleva a Jerusalén y a la cruz: al tercer día mi obra quedará consumada.
Sorprende que los fariseos se preocupen por Jesús. ¿Quizá buscan tenerlo lo más lejos posible? La vida de Jesús está marcada por la confrontación; especialmente con el colectivo más religioso. De todos modos, no se deja condicionar por amenazas o miedos; lo único que le mueve es la voluntad de Abbá.
¡Jerusalén, Jerusalén! Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus pollitos bajo sus alas.
Imagen entrañable. Sabernos cobijados bajo las alas de Abbá nos garantiza la vida en abundancia que él quiere para todos (Jn 10, 10). Jesús es consciente de su próxima muerte; conmocionado, expresa su pesar ante la ceguera de su querida Jerusalén. Jesús sufre al verse rechazado, como sufrió el padre ante la marcha del pródigo.
Os digo que no me veréis hasta el momento en que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor.
También para el pueblo de la Antigua Alianza llegará el momento de proclamar el señorío de Jesús. San Pablo lo tiene claro: El endurecimiento parcial que sobrevino a Israel durará hasta que entre la totalidad de los gentiles, y así todo Israel será salvo. Ellos al presente se han rebelado con ocasión de la misericordia otorgada a vosotros, a fin de que también ellos consigan ahora misericordia (Rm 11, 25 y 31).
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