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27/11/2021 Sábado 34 (Lc 21, 34-36)

Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza, logréis escapar y podáis manteneros en pie delante del Hijo del Hombre.

Manteneros en pie delante del Hijo del Hombre que viene para llevarnos consigo y estemos donde Él está (Jn 14, 3). Mantenernos en pie cuando, por enfermedad o edad, vemos cercano el abrazo definitivo del Amor. Mantenernos en pie porque creemos en el Amor, y la realidad más profunda de nuestra existencia es la de ser amados.

La vida es una serie de pérdidas en lo secundario, y una creciente ganancia en lo esencial. Lo dice un profeta: Aunque la higuera no echa yemas y las cepas no dan fruto…, aunque se acaban las ovejas del redil…, yo festejaré al Señor gozando con mi Dios salvador (Hab 3, 17).

El Señor nos va preparando para ese encuentro personal y permanente con Él despojándonos del ego y de los miedos que le acompañan. Todo, hasta los detalles más insignificantes, lo orienta en esa dirección. Y cuando entendemos esto, vamos por la vida sin prisas, sin urgencias. Hablamos menos y callamos más; corremos menos y caminamos más; juzgamos menos y comprendemos más; controlamos menos y nos fiamos más de Dios y de los demás. Hacemos nuestras las palabras de Jesús a Pedro: Cuando eras mozo, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras (Jn 21, 18).

Así medita una carmelita sobre el momento de su encuentro decisivo con el Amor: Cuando muera, no lloréis, - porque es ese amor quien me lleva consigo. – Y si veis que tengo miedo, ¿por qué no?, - recordadme sencillamente - que un amor me espera.

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