27/11/2025 Jueves 34 (Lc 21, 20-28)
- Angel Santesteban

- hace 1 día
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Los hombres se quedarán sin aliento por el terror y la ansiedad ante las cosas que se abatirán sobre el mundo, porque las fuerzas de los cielos se tambalearán.
El paso de los años hace ver a los humanos la caducidad de lo terreno. A nosotros creyentes, nos hace ver mejor el señorío de Jesús sobre todo lo que existe y acontece. La edad nos ayuda a vivir acogidos al corazón misericordioso de Dios. Por eso que no nos alarmamos ante estas espeluznantes palabras; hacemos nuestras las palabras de Pablo: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿la espada? En todo salimos más que vencedores gracias a aquel que nos amó (Rm 8, 35-37). Jesús quiere que vivamos serenamente: Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo (Jn 16, 33).
Porque éstos son días de venganza en los que se cumplirá todo cuanto está escrito.
Cuando Jesús, en la sinagoga de Nazaret, decide leer el texto de Isaías 61, 1-2, omite estas palabras: el día de la venganza de nuestro Dios. Pero no solo no las lee, sino que enrolla el rollo, lo devuelve al ministro y se sienta (Lc 4, 20). Queda clara la omisión. Es que quienes le escuchan no están en disposición de entender la novedosa venganza de Dios que trae Jesús: la del perdón y de la misericordia: Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Rm 5, 20). Santa Teresa, que tuvo una penosa y gozosa experiencia personal de esa venganza, dice a Dios: Con grandes mercedes castigabais mis delitos.
Cuando comience a suceder todo eso, erguíos y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación.
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