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27/12/2021 San Juan, Evangelista (Jn 20, 1-8)

Entonces llegó el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

Había llegado primero. El mismo discípulo que había estado más cercano al costado de Jesús en la Cena (13, 25); el que había visto con sus propios ojos, al pie de la cruz, cómo el soldado habría ese costado con una lanza. Es el discípulo que escribe su Evangelio como testimonio de su experiencia, para que creáis vosotros (19, 35). Para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida por medio de Él (20, 31). Lo que hemos visto y oído os anunciamos…, para que nuestro gozo sea completo (1 Jn 1, 1-4).

Pedro y Juan, tan diferentes como inseparables, se han sobresaltado ante el grito de alarma de Magdalena: Se han llevado del sepulcro al Señor. Y echan a correr. Los días que enmarcan la Resurrección, igual que los que enmarcan la Navidad, son días de carreras. Los pastores corren al pesebre; Pedro y Juan corren al sepulcro. Los pastores encuentran, cuentan lo que se les había dicho, y vuelven a sus tareas dando gloria a Dios. Juan entra en el sepulcro, ve las vendas y el sudario, y cree.

Juan es el modelo que todos los seguidores de Jesús estamos llamados a contemplar e imitar. Por su cercanía y familiaridad, el Señor le hace confidente de sus secretos. Juan no oculta su predilección por lo carismático antes que por lo institucional representado por Pedro. Pedro llega más tarde al sepulcro. Ve lo mismo que Juan, pero no se nos dice que creyese en ese momento. De todos modos, el carisma espera y es paciente ante la torpeza de la institución.

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