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28/01/2022 Santo Tomás de Aquino (Mc 4, 26-34)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 27 ene 2022
  • 2 Min. de lectura

El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo.

El salmista vislumbró esta novedosa y maravillosa realidad que llegaría en la plenitud de los tiempos: En vano os levantáis temprano y retrasáis el descanso, los que coméis un pan de fatigas; ¡el Señor se lo da a sus amigos mientras duermen! (Salmo 127).

San Pablo vivió exultante la novedosa y maravillosa realidad de la plenitud de los tiempos: El benévolo designio que Dios se propuso de antemano para realizarlo todo en la plenitud de los tiempos, hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra (Ef 1, 9-10). Plenitud de los tiempos que arranca cuando el Hijo de Dios nace de una mujer (Gal 4, 4). Éste que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenar el universo (Ef 4, 10); la plenitud del que lo llena todo en todo (Ef 1, 23). Todo, como la semilla, a su tiempo.

La parábola de la semilla que crece por sí sola sin que sepamos cómo, toca la fibra más profunda del Evangelio. Ahora es Dios quien asume todo el protagonismo. Plenitud de los tiempos es plenitud de gratuidad. Ahora hemos de dejarnos lavar los pies por Él, en lugar de empeñarnos en lavarle los pies a Él. Hemos de vivir la vida como regalo que es, en el agradecimiento y la alabanza. Todo está impregnado del misterio del Dios-Amor. Todo es gracia, todo es perdón, todo es acogida. Para todos. Así es. Sin que sepamos cómo.

 
 
 

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