La gente que tenía sentada a su alrededor le dijo: Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan.
Jesús creció en el seno de la sagrada familia de Nazaret, pero pertenecía también a un grupo familiar más amplio en el que primos y primas eran hermanos y hermanas. Marcos (6, 3) nombra a varios de ellos; a ellas no les pone nombre.
Le dicen que su madre y hermanos le buscan, pero no sale a recibirlos: están fuera. Pensando en su madre, la actitud de Jesús nos parece poco delicada. Pero es que los parientes la han obligado a acompañarles para facilitar su propósito de hacerse cargo de Él porque piensan que se había vuelto loco (Mc 3, 21). Hijo y madre se entienden bien; ella, que está dentro, deja la comunicación de su sentir en manos del Espíritu de su Hijo. Hoy es para nosotros la buena maestra en el arte de soportar las servidumbres de la convivencia.
Jesús pregunta: ¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y, sin esperar respuesta, responde: Quien cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano mi hermana y mi madre.
La voluntad de Dios consiste en pertenecer de corazón a la familia universal de la humanidad entera. La voluntad de Dios está en la fraternidad y solidaridad con todos, comenzando con los más necesitados. En estos tiempos en que el egoísmo humano está adquiriendo tintes de pandemia, quienes seguimos a Jesús estamos obligados a promover un mundo más humano de mayor cooperación internacional.
¿Quién es mi madre y mis hermanos? Entiendo la pregunta de Jesús también como una invitación a repasar los nombres de familiares, amigos y vecinos, y pedir al Señor que sepa mirarlos como los mira Él.
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