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28/02/2022 Lunes octavo (Mc 10, 17-27)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 27 feb 2022
  • 2 Min. de lectura

Cuando se puso en camino, llegó uno corriendo, se arrodilló ante Él y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar vida eterna?

Tiene hechuras de hombre modélico: respetado por todos, fiel a sus obligaciones religiosas de la oración y el ayuno, generoso con sus limosnas a los pobres… Parece tenerlo todo, pero vive insatisfecho. Le falta algo para disfrutar de la plenitud de la vida, y no sabe qué. Por eso acude a Jesús. Es evidente que para ser un buen cristiano no basta con cumplir los mandamientos.

Jesús lo miró con cariño y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme.

Hay quienes piensan que Jesús está trazando dos maneras distintas de ser cristiano. Una, la de los cristianos de segunda; otra, la de los cristianos de primera que hacen una profesión religiosa con los votos de pobreza, castidad y obediencia. No es así; lo que Jesús pide a aquel hombre, lo pide a todo cristiano. No me basta con ocuparme de mi propia salvación; tengo que pensar en las necesidades de los prójimos. No basta con no hacer daño a nadie; tengo que empeñarme en hacer bien a los demás. Vende y dáselo a los pobres y sígueme. La fidelidad al espíritu de estas palabras de Jesús es la mejor garantía de la legitimidad de mi vida cristiana.

A estas palabras, frunció el ceño y se marchó triste; pues era muy rico.

Se va triste; la mirada de Jesús le sigue. El Papa Francisco comenta: El hombre rico se fue solo, con su tristeza. No quiso renunciar a su dinero y posesiones. El apego a las riquezas es el inicio de la corrupción.

 
 
 

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