Cuando oréis no uséis de muchas palabras.
Gran cosa la palabra, porque gran cosa la comunicación. También la palabra humana es cosa grande, aunque sea poco más que una exhalación de aire. El Señor nos dice que no usemos muchas; es que se las sabe antes de que las pronunciemos. Al hijo pródigo le sobraron las que había preparado para su confesión. Otra cosa es la Palabra, la de Dios: Como bajan la lluvia y la nieve del cielo y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, así será mi palabra que sale de mi boca (Is 55, 10).
Por eso, a la hora de orar, mejor olvidarnos de nuestra palabra y usar la Palabra de Dios. Vosotros orad así: Padre nuestro del cielo. Nunca ahoguemos la Palabra de Dios con nuestra palabrería. El Señor debe ser el centro de atención, no yo. Que la Escritura, la Palabra hecha libro, sea siempre el punto de partida de mi oración. Así nunca pondré en duda si estoy orando o no. Esa era la oración de, por ejemplo, santa Teresita: Solo tengo que poner los ojos en el santo Evangelio para respirar los perfumes de la vida de Jesús y saber hacia dónde correr.
Vosotros orad así: Padre nuestro del cielo.
Las dos primeras palabras del Padrenuestro, PADRE y NUESTRO, deben modelar la actitud fundamental de la vida entera. En primer lugar, la palabra PADRE; que inyecte en nosotros la confianza y la seguridad del niño que se siente seguro en brazos de papá o de mamá. En segundo lugar, la palabra NUESTRO; que me impulse a orientar mi vida hacia los demás.
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