Después del primer anuncio de su pasión, Pedro intentó convencer a Jesús de lo insensato de sus palabras: ¡Dios te libre, Señor! No te sucederá tal cosa (Mt 16, 22). Después del segundo anuncio de su pasión, los discÃpulos se entristecieron profundamente (Mt 17, 23). Ahora, después del tercer anuncio de su pasión, Salomé se acerca a Jesús con sus hijos Santiago y Juan y le pide este favor: Manda que, cuando reines, estos dos hijos mÃos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda.
Está claro que el discurso de la cruz resulta incomprensible incluso para los discÃpulos más fervorosos, tanto ellos como ellas. Están subiendo a Jerusalén y, por más que Jesús les avisa sobre lo que va a ocurrir, ellos continúan soñando con los beneficios que les acarreará el seguimiento de Jesús. SeguÃan sin enterarse del significado del seguimiento; lo único que buscan es su propio interés.
No sabéis lo que pedÃs.
Contemplamos a este Señor nuestro, paciente y sereno, ante aquella madre con sus dos hijos; no pierde la compostura ante tanta incomprensión. Comprende que les resulte incomprensible la cruz. Sabe, además, que dispone de la herramienta del tiempo con la que moldea a su gusto a todo discÃpulo. Jesús les pregunta. ¿Sois capaces de beber la copa que yo he de beber? Ellos se apresuran a responder sin haber entendido la pregunta: Podemos. Y Él: Mi copa la beberéis. También ellos llegarán a abrazar la cruz. Como dice Pablo: Nosotros anunciamos un MesÃas crucificado, escándalo para los judÃos, locura para los paganos; pero para los llamados, judÃos y griegos, un MesÃas que es fuerza y sabidurÃa de Dios (1 Cor 1, 23-24).